lunes, octubre 29, 2012

La orquesta de la luz

El Mercurio


No es una agrupación de profesionales, pero son capaces de tocar complejas melodías, mientras estudian una carrera o se capacitan en otras disciplinas para ganarse el sustento. Caminan cuidando sus instrumentos como si fueran tesoros y tienen a profesores y autoridades orgullosos de sus triunfos. Porque todo lo han logrado viviendo completamente a oscuras.

Sebastián Sottorff

"No sé qué forma tiene un violín, no podría imaginármelo. Aprendí a tocarlo hace tres años, pero como nunca he podido ver, lo conozco sólo por el tacto y la música. Mi mundo siempre ha sido escuchar, nunca mirar, así que estoy acostumbrada".

Katherine Figueroa habla sin la intención de provocar lástima a quien la escuche. No lo necesita. A sus cortos 13 años, es la promisoria violinista de una agrupación que sólo se guía por el sonido que emerge de los instrumentos y también del interminable traqueteo de decenas de bastones contra el suelo.

Porque la orquesta Santa Lucía, que pertenece al colegio del mismo nombre en La Cisterna, sólo está conformada por estudiantes ciegos o con escasa visión. Y en los pasillos del establecimiento, decenas de jóvenes se abren camino hábilmente, como ignorando la oscuridad a la que están sometidos.

"Estamos acostumbrados. Por eso pienso que hay pocas cosas que una persona ciega no pueda hacer. Yo por ejemplo, quiero estudiar Derecho, pero sin dejar la música", dice Katherine, luego de haber interpretado los compases de "La Consentida", una de las más emblemáticas canciones del folclor nacional.

Minutos después, la sala de ensayo se queda en silencio. Entonces resuena con fuerza el "Himno de la Alegría" de la Novena Sinfonía de Beethoven. Entre las impetuosas notas que surgen de violines y chelos, hay un sonido ajeno, pero armónico, que se cuela entre la melodía. Es la zampoña de César Arroyo, un peruano de 29 años que le agrega el toque andino a la interpretación musical.

"Le da sabor a la orquesta", comenta el joven, quien llegó desde Lima hace cuatro años junto a su hermana y que se autodefine como el responsable de incluir un instrumento andino a una agrupación clásica. "Desde muy pequeño me gusta la música. Estudié en Lima en un colegio de ciegos y tocaba la zampoña, los timbales y el teclado. Aprendí solo, y cuando llegué a Chile los profesores se dieron cuenta de mi talento y me invitaron a la orquesta", recuerda sin disimular su orgullo. Mientras tanto, se está capacitando para ser panadero en el mismo centro educacional, dependiente de la Fundación Luz y que fue creado en 1924 por un grupo de mujeres lideradas por Ester Huneeus, la célebre escritora nacional conocida como Marcela Paz.
Orgullo e integración

En la orquesta el desafío de enseñar música es doble. No sólo porque los alumnos no pueden ver, sino porque la enseñanza de este establecimiento sólo llega hasta octavo básico. Esta limitación obligará a Katherine a matricularse en un colegio tradicional, dentro de un tiempo más.

"Conocí a esta orquesta en uno de mis primeros actos y marcaron a fuego las prioridades de mi gestión; trabajar por una educación inclusiva y potenciar una cultura del esfuerzo. Ellos son un ejemplo que nos ayuda a construir un Chile para todos", sintetiza el seremi metropolitano de educación, Alan Wilkins, aludiendo a la dificultad que enfrentan estos jóvenes en un colegio tradicional.

Una realidad que muchas veces sella el futuro de una persona ciega, pues en los establecimientos educacionales no abundan las políticas de integración o adaptación social.

"La integración es un desafío país y debemos ir trabajando todos juntos. En el período reciente se han hecho importantes avances con objeto de fortalecer y desarrollar una política inclusiva en nuestros estudiantes. Entre 2009 y 2012 hemos pasado de 76 mil a 171 mil alumnos en el proyecto de integración", agrega Wilkins, mientras observa una presentación de la orquesta en el centro Cultural Gabriela Mistral, como parte de un ciclo musical denominado "Sonidos de la luz".

"Su mundo es el sonido"

Jeremías Ortiz también se muestra orgulloso. Profesor de música, es el director de la peculiar orquesta y aplaude cada uno de sus logros. "Trabajo aquí hace cuatro años y, si pudiera, no me iría de aquí jamás. Luego de unos meses, nunca más me acordé de que eran estudiantes ciegos, porque para mí son unos niños normales. Se divierten un montón tocando, son traviesos y muy inteligentes. Yo les exijo al igual que cualquier otro estudiante, pues su mundo es el sonido", afirma.

Claro que para trabajar con ellos tuvo que esforzarse también. Debió aprender el sistema braille y ha tenido que crear varios métodos de enseñanza musical. Una sola pieza le puede llevar un mes completo de trabajo.
"De ahí que decidiéramos no sacar más reggaetones o canciones del ámbito popular, pues pasa un mes y ya no están de moda", agrega riendo, mientras mira el patio en el que algunos alumnos caminan guiados por su bastón.

"Estoy convencido de que estos estudiantes pueden hacer lo que quieran. Todos los papás aman a sus hijos, pero cuando los ven sobre un escenario ya tienen una razón poderosa y concreta para pensar que ellos pueden lograr muchas cosas más", sentencia.

Lo dice mientras, a su espalda, decenas de niños caminan con su preciado instrumento musical. Por su forma de moverse, pocos dirían que lo hacen completamente a oscuras.

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